Un bobo enamorado

enero 30, 2011

Foto: http://www.viajesdepuebloenpueblo.com/

Las tardes de Luis transcurrían entre jugar con las palomas del parque y entrar a misa en la iglesia. Su edad, veinticuatro años, sus ojos verdes que muchas veces se le veían colmados de lágrimas, igual nadie le prestaba atención, mucho menos cuando se revolcaba en el suelo y hacía su pataleta. Ya era parte del paisaje del parque principal de Sonsón, un pueblo donde no pasaba nunca nada, muchos de la generación de ahora podrían decir que era un pueblo aburrido.

Las campanas de la iglesia, que invitaban a la misa de ocho de la mañana, también daban inicio a la hora comercial del pueblo, donde solo había cuatro tiendas en el parque principal.

Esa mañana, apenas las campanas marcaron las ocho, Luis interrumpió la rutina de su mañana, sentarse en la cafetería y esperar que le sirvieran un perico y un pan, todo por la llegada de una chica al almacén de ropa, la tienda más grande y popular de aquel parque.

¿Qué fue lo que a Luis distrajo? Digamos que la chica era diferente a todas las mujeres del pueblo, su piel era de un color rosa más llamativo y bien cuidad, su cabello era rubio, sus ojos azules y su figura esbelta, caderas pronunciadas, cintura escultural y pecho voluptuoso, perfecta para cualquier hombre, como Luis,  quien buscaba una mujer para lucir a su lado.

Ella llevaba un vestido blanco de flores, pegado al cuerpo, Luis pasó frente a ella, le sonrió y se alejó en dirección al parque.

Así pasó varios días, haciendo lo mismo, cambiando su rutina diaria, era tímido Luis, que cada vez la veía más hermosa, porque todos los días tenía un vestido nuevo, impecable y que resaltaba su figura. Ese día había decidido llevarle serenata en la noche.

Todo dispuesto, había hablado con sus amigos, esos que se sentaban en el parque a cantar las canciones que le gustaban a todo el pueblo, unas de amor, otras de borrachera. Tres hombres, armados por dos guitarras a medio afinar y una voz curtida a punta de aguardientes. Sabía que ella vivía en el almacén pues nunca salía de ahí, es más, nadie sabía ella donde vivía, simplemente la veían cada día arreglada en la puerta y cuando cerraban desaparecía.

Las ocho de la noche, el trío al frente esperando, Luis con su sombrero bien puesto, su sonrisa de oreja a oreja y su verde mirada, que por la alegría y los nervios no habían llorado. Tres bambucos, una guabina y dos pasillos fue lo que interpretó el grupo contratado a cambio de aguardiente, pero ella, nunca salió. Es más, ni las luces al interior del Almacén, ni en el segundo piso, se encendieron. Luis se decepcionó, pero se tranquilizó pensando que estaba muy cansada, dormida, ya que su trabajo era parada todo el día, entonces por eso no fue capaz de levantarse. Igual lo intentaría al otro día, pero en las horas de la tarde, justo antes de que cerraran.

Amaneció, las campanas sonaron, ella salió como si nada, Luis estaba ahí, la miró nuevamente y volvió a sonreírle, caminó hacia el parque y allí esperó a que llegara la tarde, mirándola desde lejos y analizándola, seguía igual de enamorado, el vestido violeta de ella, hizo que suspirara hasta que llegó la hora de volver a intentar conquistarla.

El trío volvió a su encuentro, otra vez estaban dispuestos a cantar las mismas canciones, Luis caminó con ellos hacia el almacén, compró un ramo de flores y se pararon frente a ella. A una distancia considerable, él con su sombrero de paja bien cocido, su camisa a rayas y su pantalón más limpio, escuchaba atento y cantaba junto con el cantante del grupo.

La gente, que recién salía de la misa de cuatro de la tarde y todos los visitantes del almacén y del parque salieron a ver quién era el causante del tan bonito detalle, las mujeres suspiraban, los hombres se enojaban, pero todos coincidían en que era muy buen detalle.

Luis se acercó a ella, la tomó de la mano, se la besó y quiso entregarle las flores, ella no las tomó. Cuando el ramo fue cayendo y tocó el suelo, todo el parque soltó una carcajada. Luis, el bobo del pueblo, se había enamorado del maniquí de la tienda de ropa.

 


Amor eterno

enero 19, 2011

A mi media naranja

Desde el momento en que nací me dijeron que iba a estar atado para siempre a ella, y asi fue, siempre viví a su lado, preocupándome por su bienestar, por su comodidad y por la tranquilidad y alegría con que realizaba sus labores.

Cada semana nos entrelazábamos, ella con su piel suave se aferraba a mi cuerpo con su olor a flores o a limón, dependiendo de su estado de ánimo. Me hacía perder.

Cada delirio con su olor, cada susurro de su voz y cada sueño que me contaba, eran mi razón de ser, hacerla feliz, verla sonreír.

Poco a poco fuimos envejeciendo, seguía ahí, constante, feliz; al menos eso reflejaba su sonrisa. Aun nos entrelazábamos, pero ya no teníamos la misma fuerza, éramos débiles, pero seguíamos haciendo nuestra labor como nos lo habían encomendado desde el principio.

Un día, luego de que el tiempo entrelazados fuera cada vez más, nos llevaron a un paseo, allí, después de tres días de estadía, vimos nuestra oportunidad.

Ella se paró al lado mío, me miró, sonrió con su sonrisa sincera, bella, anciana. Esa que me enamoró desde el primer día.

Me envió un beso con el aire, luego, respiró profundo.

Nuestro jefe se había vestido, se había echado talco y ya seguíamos nosotros para cumplir nuestra labor. La tomó primero a ella, la abrió al máximo, la olió, aun olía a limón, así como a mi me gustaba, empezó a introducir su pie y ella, tan vieja, tan delicada, tan sensible, sintió como poco a poco sus hilos se fueron abriendo y su cuerpo se fue rompiendo, dejando a mi vista y como recuerdo de vida, ese “Calcetines Galax” que llevaba tatuado en su piel y que desde ese día, no volvería a ver.

Foto: http://i33.tinypic.com/21adee0.jpg


Al natural

enero 15, 2011

Foto: http://www.guapadicta.com/

Lo único que me gusta del maquillaje es su olor, pero por mi problema de rinitis no lo tolero, entonces creo que no me gusta nada de él.

Desde que nací, mi vida puede decirse que ha girado en torno al maquillaje, o al menos la infantil. Mi papá tenía una caja llena de éste milagroso invento que es capaz de modificar la apariencia de un rostro. Si, mi papá. ¿Por qué? Es teatrero.

En fin, a eso no me refiero, me refiero es a por qué no acepto ni tolero el maquillaje.

Pintarse la cara, modificarla y maquillarla, me parece un arte, porque es capaz de ocultar o exaltar expresiones de alguien y nunca, óigase bien, nunca he estado de acuerdo en que lo usen como vanidad.

Asi como lo dije en el post sobre gafas oscuras, el maquillaje cuando se usa como vanidad también me parece una manera de ocultarse, me parece un grado de inseguridad y desconfianza en lo que es usted, niña o niño, como persona.

Si, inseguridad, tener que recurrir a químicos para poder agradarle a alguien y no tanto a alguien, agradarse a uno mismo, eso es una gran muestra de una autoestima baja, inconformidad que llaman. ¿Pero de qué estoy hablando? ¿Inconformidad? ¡Si eso no existe!  Acá todos estamos conformes con lo nuestro, cada vez queremos hacernos más cirugías plásticas para parecernos a la súper modelo que luce las tangas de encaje o queremos hacernos bypass gástrico para tener el abdomen de alguno de los modelos de las vallas de calzoncillos.

Me quejo, porque realmente si usted es una chica de esas de maquillaje no me atrae, simple, porque tengo hasta un pensamiento que me dice que esas personas no se valoran, si, porque desde muy pequeñas caen en las manos de ese monstruo malo y daña caras que llaman maquillaje y que por muy bonito que se lo pinten en los comerciales, no es real.

Es más, hoy, vi eso que tal vez me impulsó a escribir esto, y me pareció el colmo. Porque aparte de su inseguridad con la belleza facial, me topé mientras esperaba el bus, sentado en una acera de la autopista sur, con un grupo de chicas en un Renault Twingo con sus senos maquillados. Tal vez se preocuparán por la profundidad del maquillaje, porque se los resalte al máximo, pero ¿por qué no piensan en nosotros?

No se, eso no es de pensar, a veces cometen el error de maquillarse tanto que esa belleza que tal vez le atrae a uno se va al piso de un momento a otro.

Imagínese usted, hombre, debería ser feliz con una mujer que se maquilla, porque cuando se case, cada mañana se va a despertar con una mujer distinta. Y yo sería de los que le preguntaría: ¿Oye, cómo te llamas? ¿Anoche como llegué a casa?

En fin, ahora imagínese si esa, su esposa, es de las que se maquilla los senos. ¿Le gustaría que mientras esté en la cama con ella, dispuestos a “hacer el amor” se encontrara en una de sus lamidas con el sabroso sabor de la base? Creo que no. Es más, si eso mancha, y se riega y se cuartea, ahora el revoque no sería solo en el rostro, sino también en el pecho y usted se podría hasta quedar con el pecho de su señora en las manos.

Es mi opinión, no espero que alguien esté de acuerdo conmigo, simplemente quería sentar y dejar claro que me gustan las chicas sin maquillaje, me parecen más bellas así que con tres capas de maquillaje, lo que vulgarmente llaman “Latonería y pintura” y si usted tiene mucha autoestima y se maquilla, no le crea a los comerciales y arriésguese a salir sin maquillaje y cuente cuántas miradas levanta en una salidita así, NATURAL.

 


Ascenso

enero 12, 2011

Foto: http://radio.rpp.com.pe/eratabu/category/ciencia-en-era-tabu/page/5/

 

González ya llevaba dos años trabajando en esa oficina, se había quedado ahí luego de hacer la práctica universitaria de su carrera como contador. Su sueño, algún día reemplazar a su jefe, la contadora Emperatriz Gómez, mujer con diez años de experiencia en la labor y en la compañía.

Pese a sus ya dos años sentado en el cubículo como asistente de Emperatriz, a González lo seguían llamando “Practicante”, igual, era el más joven de todo el equipo y traía locas a todas las mujeres que trabajaban con él.

Cada mañana llegaba radiante, con su cabello negro arreglado y muy bien peinado hacia arriba con cera, sus ojos azules y su piel blanca, con un perfume de un olor ácido que hacía que todas desearan ser saludadas de beso en la mejilla, pero ese privilegio solo lo tenía su jefe, quien cada que sentía los labios de su subalterno rozándole la mejilla, se sumergía en su olor, tal y como todas querían hacerlo.

Emperatriz no había cumplido los treinta años, al igual que González había hecho la práctica en esa compañía, la única diferencia entre ambos era que ella fue la primera en ocupar el cargo en la empresa, ya que cuando era estudiante, allí no contaban con alguien para que se desempeñara en esa labor. Igual, contaba con una belleza de esas que uno no se imagina encontrar, un cuerpo cuidado con constancia de ejercicio, una cabellera oscura, una piel trigueña y un par de ojos verdes que daban un aire y una tranquilidad a cualquiera que los mirara.

Fue luego de esa mañana, de ese beso, en el que Emperatriz se sumergió en el cuello de González, que él entendió cuánto atraía a su jefe. Luego del beso vino un roce con los dedos de la mano y un movimiento de cadera por parte de ella, que a él lo dejó sin aliento.

González se sentó en su puesto de trabajo y durante el resto de la mañana recibió las embestidas de seducción que le ofrecía su jefe. Cada que llegaba una nueva, una nota, una llamada nada más que a preguntarle cómo estaba, aparte de “lindo” y la gaseosa y el café que más le gustaban sin tener que pararse del puesto, él solo optaba por sonreír.

A la hora del almuerzo, Emperatriz se le acercó.

-¿Dónde vas a almorzar?- le preguntó

-Acá, en el restaurante, donde siempre caliento lo que cociné la noche anterior.

-¡Qué va! Ven te invito a comer.

Él, que ya se había acostumbrado a ese trato por ese día, se dejó llevar, de pronto lo iban a ascender.

Almorzaron juntos, Emperatriz al salir del restaurante miró el reloj, aún quedaba hora y media antes de que volvieran a retomar labores, así que tomó a González de la mano y lo fue dirigiendo a su oficina, aprovechando que la empresa estaba casi vacía.

Poco a poco le fue arrancando la camisa al chico, quien sacó de su bolsillo una cámara, ella tranquila la acomodó, era una de sus fantasías también. Luego fue recorriéndolo con los labios, desde el cuello, bajando por el pecho y terminando en su ombligo. Él se estremecía y sus poros erizados lo evidenciaban.

Emperatriz poco a poco le fue desabrochando el pantalón, mientras él ofrecía un poco de resistencia, ella le fue bajando poco a poco el broche y cuando menos pensó lo tenía desnudo ahí, tímido, sonrojado y estremecido. Lo lamió hasta saciar su sed de él. Luego ella misma se desnudó, estaba demasiado excitada, González aun tenía ese miedo a ser descubierto y se volvió a negar. Ella lo tomó a la fuerza y lo hizo que la penetrara, primero muy lentamente y luego fue subiendo el ritmo.

Ahí de pie, apoyados contra el escritorio de comino bien lustrado y tallado a mano, acabaron, él sobre ella y ella tranquila, había cumplido su cometido. Tener al que todas en la oficina deseaban.

González también obtuvo su ascenso; el video de lo que había hecho con Emperatriz, lo usó contra su antigua jefe como prueba de acoso laboral y consiguió quedarse con el puesto de ella.