Besos de chocolate blanco

marzo 15, 2011

Hacía tres años que no vivían juntos, ella había decidido salir huyendo con sus celos para otro refugio y nunca más volvió. Cuando él regresó a casa esa noche, encontró el closet vacío y esos sueños rotos en el piso que le cortaban los descalzos pies.

Era distinto esta vez, ella había querido regresar, verlo nuevamente, compartir un café como en el pasado y escucharlo leerle versos en el parque, mientras los sanduches rellenos de mermelada de piña les aguaban el paladar, finalizar en sus piernas dormida o mirándolo desde abajo con el sol a las espaldas y enamorarse nuevamente, solo que sin hacerle nada, ahora compartía su vida con otro hombre, ella decía que no tan perfecto como fue todo con él, pero que se sentía bien. Él también había cambiado ya, tanto que el chip del amor ahora señalaba hacia otro lado, aunque era innegable lo que le producía cada vez que la veía y más cuando esos encuentros eran tardes solo para ellos.

Él llegó puntual, el parque era el mismo que visitaban los miércoles después de clase, sacó su libro, preparó la canasta a su lado y se sentó a esperarla, sabía que pese a todo lo que había cambiado, su puntualidad seguía intacta, llegaría media hora más tarde.

Así fue, llegó media hora más tarde, con una chocolatina MontBlanc en la mano, se la entregó, le dio un beso en la mejilla y empezó a preguntarle por su vida, llevaban un año o poco más sin hablarse, así que la conversación tuvo un pie y se tornó deliciosa para ambos, tanto que no sintieron el tiempo, poco a poco fueron comiéndose uno a uno los cuadritos de la chocolatina y disfrutando los sanduches.

Luego de cinco horas juntos, cuando el cielo estaba ya tan rosado recibiendo la luna que salía y despidiendo el sol brillante que le alumbró los versos a él, mientras ella dormía en sus piernas, tomaron entre sus manos el último cuadrito de la chocolatina y ella se la puso en la boca, él se le iba a abalanzar para arrancársela de un mordisco, pero se detuvo en la mitad del camino, ella se ruborizó y también vio que era mucho pedir, pero quería sentir los labios de él sobre los suyos, como en los viejos tiempos.

Con sus dientes partió el pedacito a la mitad, lo puso en su mano y se lo entregó a él para que se lo comiera. Él con una sonrisa lo recibió y lo puso en su lengua para que se derritiera.

-Te quiero besar- Le dijo ella.

-Yo también- respondió él.

-Lastima…

-¿Lástima qué?- preguntó él.

-Lástima que ya no sea como antes y tengamos que contenernos para respetar a esas personas que nos acompañan.

-Tengo una idea, lo podemos hacer, sin ningún remordimiento- dijo él.

-¿Cómo?- preguntó ella.

Él tomó el empaque metalizado que antes había tenido en su interior el chocolate blanco con almendras y recordó “Pushing Daisies” una serie que veían juntos los domingos y en la que el protagonista no podía tocar a la protagonista porque se moriría, así que buscaban maneras de estar juntos sin tocar su piel. Con el papel en la mano, lo puso en sus labios, se acercó a ella y volvió a sentirlos, suaves, pequeños, deliciosos, solo que no los tocó y mucho menos, sintió la humedad de su saliva que le hacía mover todo, así se despidieron y nunca más volvieron a hablarse.