Claustrofobia

marzo 24, 2010

Baul

El cansancio por la tarde de placer y juego que había experimentado le habían vencido y la llevaron a conciliar un sueño que hacia ratos deseaba.

Fueron cinco orgasmos que la extasiaron, sus piernas habían quedado temblando y la sonrisa de su boca fueron las que poco a poco guiaron ese profundo sueño en el que cayó.

Cuando despertó encontró que su movilidad se había sustraído, sus ojos estaban bien abiertos pero solamente pudo ver oscuridad.

Empezó a mover los dedos de las manos y a palpar poco a poco lo que la rodeaba, los codos le dolían pero igual podía moverlos con alguna dificultad. Se dio cuenta de que estaba encerrada en un baul, el olor a viejo la hizo llegar a esa conclusión poco luego de haber seguido una a una las curvaturas del mismo.  Gritó, el nombre de ese hombre con quien había pasado la tarde y a quien había conocido horas antes en el parque no lo recordaba o simplemente nunca lo supo, asi que simplemente le quedó gritar ahogadamente; al otro lado él reaccionó, pues lo único que esperaba era que ella despertara.

-Hola- dijo sutilmente pero con un tono que pasara el roble que a ella rodeaba.

-¡Qué Putas estás haciendo!- gritó ella.  Las lágrimas en los ojos ya empezaban a brotarle y la voz se le quebraba. Pero a él poco le importaba. –Me estoy ahogando- volvió a gritar.

Él sonrió, simplemente le encantaba poder saber que ella estaba desesperada. Los golpes le quedaban imposibles de dar, asi que a gritos se comunicaba.

-No te puedes estar ahogando, me parece imposible, no ves que ese baul tiene suficientes orificios para respirar.- le gritó.

-Maldito seas, no te creo, además, cómo me haces esto, sabiendo todo lo que pasamos esta tarde- respondió entre sollozos ella.

Ella que nunca admitió su claustrofobia, hoy se veía atrapada en medio de ese temor que le impidió siempre subir hasta su apartamento en el noveno piso por el ascensor. Se tranquilizó, pues vio que no era viable que él a gritos parara lo que estaba haciendo.

-Y ¿Cuánto piensas dejarme aquí?- preguntó ella, tratando de ocultar el miedo que le producía.

-No sé, ¿el resto de tu vida?- respondió.

La agonía de ella ahí metida fue total al escuchar esas ultimas palabras que él pronunció.

-¡Pero me estoy ahogando!- gritó.

-No es cierto, tienes por donde respirar- dijo él desesperado.

-Muestramelo- ella en tono retador le increpó.

Él que ya no toleraba que ella estuviera preguntando tanto, tomó una espada de la colección del Rey Arturo que había comprado días antes y la introdujo con fuerza en el baul, ella gritó, un poco  de sangre salió del interior y todo quedó en silencio durante un rato.

Gritó de dolor, gritó de rabia, gritó de tristeza, pero nadie pudo oírla, solo él. Que al otro lado sonreía mientras tomaba un refresco.

-Me heriste- gritó ella.

-Si, y ¿fue mucho?-

-Me arde el estomago, por favor sacame ya.

-No, simplemente fue un rasguñito.

Ella a quien realmente la espada le había hecho daño en el estomago, sintió como el aire ahora sí se le acababa, gritó nuevamente, lo maldijo, lo odió, sintió el silencio que la acompañó en el baul desde que despertó y sin pensar, sintió como la espada volvió y le atravesó el cuello.