Un cuento de perros


Nota: Este cuento fue escrito por Maurice Brosandi Betancur, un amigo que me dio este blog y que es un honor publicar en él.

Foto: http://www.sosperiodista.com.ar

Hay tantos perros en mi barrio que, después de tantos años rondando por él, ya son muchos los que no me reconocen y me ladran. Todo esto inició a promedios de la década pasada. Gracias al nuevo gobierno presidencial de entonces hubo un auge económico, la comida era más asequible, los sueldos más altos y lo que alguna vez fue considerado lujo, se podía comprar. Pero el caos de los perros no nació por esos días, fue un tanto después, debido a un problema que siempre ha tenido mi ciudad: no hay mucho que hacer.

Recién salidos de la pobreza y como buenos provincianos, todos perdieron el control del gasto. Se invertía en carros, en casas más grandes, en muebles cómodos, en cuadros como los de las películas, y en buenas universidades; pero aun así y sobraba dinero. Entonces no se escatimó en la compra de alimentos y la abundancia empezó: arroces y harinas importadas, panela de la más pura, frutas de las escasas, carne de la más cara, y dulces y mermeladas que nunca se habían probado.

No pasó mucho tiempo para que la comida empezara a sobrar y las personas a engordar, y como en mi ciudad el catolicismo era una norma, la comida no se podía botar. Por eso las primeras familias compraron gallinas, gatos y perros, en su mayoría; también loros, cacatúas y palomas, que de mucho no servían cuando de comerse lo que sobraba se trataba. En mi barrio la moda fueron los perros, y en algunos casos, en las familias más optimistas, se hacía con nuevos miembros. Los perros empezaron a crecer y a duplicar su número por año.

Así continuó el asunto durante esos ocho años, sin variaciones dramáticas ni compras originales. Pero las empresas extranjeras, las que especulan y encarecen todo, no se hicieron esperar. Llegaron con nuevas costumbres, con nuevos alimentos y nuevos lujos que comprometían a quien tuviera la osadía de vestirse distinto a los demás. En términos de comercio hubo mucho movimiento. De consumo, mercadeo y publicidad siempre se hablaba, pero después de tanto auge el país debía, con naturalidad y confianza, adoptar el estilo de vida de los países ejemplares.

Pero acá las cosas pasan para luego ser recordadas, pues esta es la tierra de la nostalgia. Con el cambio de las políticas a causa del cambio de gobierno, hace un año, todo volvió a otrora normalidad. Para los que alcanzaron a graduarse de economistas, con el dinero de la época, es todo un misterio semejante recesión. Y para los que no estudiaron, por comodidad, una desgracia. El pequeño presidente enseñó su incapacidad en tan solo un año. Los especialistas, desde otros países, dicen que el error fue semejante irresponsabilidad con el consumo, librando de culpa al nuevo.

Los habitantes del barrio entraron en dilema por culpa de tanto amor a los perros. Los unos decidieron regalarlos a quien estuviera dispuesto a cuidarlos y quererlos; los otros trataron de conseguir empleos con mejores sueldos para velar por las mascotas; y los demás, con la fe intacta, se encomendaron al poder proveedor del señor. Esos que alguna vez fueron una ayuda para no pecar con la comida, se convirtieron en el cargo que representa una boca más que alimentar. De día a la calle va a dar la mayoría, a buscarse su alimento, en la basura de otros y en las manos de quienes estén mejor, y solo de noche son miembros de la familia, cuando es hora de dormir, porque ese derecho, por ahora, no se le ha negado a ninguno.

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